Racismo, especismo, sexismo: la discriminación positiva / y II

Ciudad de México /

En mi entrega anterior, comentaba que en 1970 el psicólogo y filósofo británico Richard Ryder creó el neologismo “especismo” para designar la discriminación basada en la diferencia de especies. Así como el racismo discrimina otras razas, el especismo discrimina otras especies. Muchos filósofos y científicos han hablado al respecto a partir de la creación de ese concepto, que apenas ha alcanzado medio siglo de vida.

Existen múltiples razones para superar el especismo, pero una de ellas es de carácter urgente: el cambio climático. Relacionarnos con los animales de manera especista, ha puesto al planeta en mayor riesgo. Al no valorar al animal, no hemos valorado su hábitat, de manera que consideramos que podemos arrasar una selva para plantar ahí aceite de palma, comida para la industria cárnica o enormes asentamientos humanos no permeables al agua. Si tuviéramos la conciencia y la convicción de que el mundo es el hogar de otros animales, en donde cada uno vive la única vida que tiene, y que no tenemos el derecho de quitarle ni su vida ni su hogar, entonces no arrasaríamos los bosques o las selvas: las respetaríamos por ser el hogar de otros habitantes del planeta.

¿Qué es aquello que supuestamente nos hace superiores a las demás especies y nos lleva a caer en el especismo? Esa pregunta plantea el problema de fondo: ser “mejor” implica poner en concurso las actividades de un grupo de entidades. La pregunta clave es: ¿de qué trata este concurso? ¿cuál es la cúspide a la que se debe llegar para ganar el primer lugar en el concurso de las especies?

Un concurso inter-especies podría medir diferentes actividades. Podríamos juzgar la capacidad para vivir en paz con los seres de la propia especie o con los seres de todas las especies. Podríamos juzgar la capacidad para conservar el planeta en condiciones óptimas; la capacidad para recorrer grandes distancias en la tierra, el aire o el mar; la capacidad para construir hogares resistentes al medio en que se construyen o… la capacidad para razonar de manera argumental.

Son miles las capacidades que podríamos poner a concurso y de todas ellas, el ser humano solamente destaca en una: la capacidad para razonar de manera argumental. Pero ¿en verdad es fundamental para la existencia de la vida en nuestro planeta esa capacidad? Todo parece indicar que no lo es. De hecho, su desenvolvimiento nos ha llevado a poner en jaque al planeta. Debemos cuestionarnos si en verdad la capacidad de pensar argumentalmente nos hace superiores. Nos ha dado armas muy destructivas, eso sí. Pero ¿eso nos hace superiores? Si el concurso versaba sobre qué especie podría ser la más destructiva, entonces sí que lo ganamos…

Sin embargo, no todos los seres humanos han sido especistas: la historia humana ha dejado evidencia de tribus que en modo alguno se consideraron superiores al resto de la naturaleza. En ese sentido, ser especiesta podría no ser un defecto de todos los seres humanos, sino de un grupo de seres humanos que triunfó sobre el resto. ¿Cuál sería ese grupo? Quizá si atendemos a los grupos de seres humanos que han estado y están en el poder, logremos un acercamiento a esa respuesta.

Hoy en día dicho grupo, si fuera representado de manera política, podríamos pensar en los países representados por el grupo G7. En la fotografía de su fundación, todos ellos son hombres de piel blanca: no hay una sola mujer ni un solo individuo de piel oscura o negra. Más adelante apareció temporalmente una mujer, ahora otra: ambas blancas, por cierto. Se podría pensar que este ejemplo es erróneo porque el verdadero poder en las sociedades actuales no es el poder político, sino el económico. De modo que presentaría yo ante ustedes una de las muchas representaciones de la supuesta elite económica mundial:


¿Qué vemos? Hombres con piel en diferentes tonalidades de blanco, pero básicamente hablamos de hombres blancos: hombres y solamente hombres. Seres humanos (especie), blancos (la supuesta “raza”) y varones. Al tocar este último punto estamos hablando de género, entendido como el rol que una sociedad otorga a un individuo a raíz de presentar ciertas características sexuales en su nacimiento. De modo que pareciera ser que el esquema de dominio bajo el que vivimos pertenece a un género, una especie y ciertos fenotipos que nos llevan a hablar de racismo: el ser humano blanco y varón. Porque, aunque las razas no existan, como lo dije en mi pasada entrega, sin duda existe el racismo.

Sabemos bien que no se trata de una mera coincidencia: de hecho, de la bioética y la filosofía, a través del ecofeminismo y la zooética, han surgido diferentes corrientes que señalan una relación entre la subyugación de las razas no blancas, la subyugación de la mujer y la de las especies no humanas. ¿Cuáles son las causas que nos condujeron a un sistema machista, racista y antropocentrista? Sin duda son más de una, pero desde mi perspectiva más que buscar las causas urge corregir el camino.

Hay una forma de corregir esta destructiva e injusta historia: el empoderamiento de las “razas”, especies y géneros sometidos, a través de lo que yo llamaría discriminación equilibrante o discriminación positiva. Básicamente consiste en darle primacía al género femenino, a las especies de animales no humanos y a las personas con piel oscura. ¿Es cuestionable? Claro que lo es. Las cuotas de género lo fueron y pertenecen a este tipo de discriminación positiva, pero su resultado final ha sido bueno: la mujer comienza al menos a visibilizarse.

Quizá resulte sospechosa esta propuesta, pero es la única forma de visibilizar las “razas” que han sido subyugadas, las especies que han sido cosificadas y el género que ha sido despreciado desde que el ser humano es ser humano. Una sociedad que no cambia está condenada a desaparecer. La discriminación positiva es el nuevo reto que, sin duda, puede traer muchos problemas. Pero ciertamente no más de los que surgieron por la discriminación original que puso al planeta de cabeza.

Paulina Rivero Weber

  • Paulina Rivero Weber
  • paulinagrw@yahoo.com
  • Es licenciada, maestra y doctora en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Sus líneas de investigación se centran en temas de Ética y Bioética, en particular en los pensamientos de los griegos antiguos, así como de Spinoza, Nietzsche, Heidegger.
Más opiniones
MÁS DEL AUTOR

LAS MÁS VISTAS