El retorno de los canallas

Ciudad de México /

En tiempos pasados, los reyes y emperadores que ejercían sus dominios en este mundo no se sentían obligados, los más de ellos, a ser buenas personas. La historia de las civilizaciones humanas, justamente, es un escalofriante relato de atrocidades y violencias acaecidas a cuenta de esos señores: guerras, por aquí y por allá; saqueos, masacres, pillajes, violaciones tumultuarias…

Cualquier pretexto bastaba para darle cauce al primerísimo sentimiento que movía a los soberanos: la ambición —por el poder y por el dinero— aderezada, según los rasgos del personaje en cuestión, de crueldad o de declarado sadismo porque, miren ustedes, quienes ejercen supremas potestades sin impedimento alguno pueden soltarle la rienda a sus más oscuros impulsos y satisfacer hasta sus más descabellados caprichos.

Estamos hablando de las épocas en que las sociedades no habían edificado todavía un sistema para acotar los abusos del poder, o sea, de los largos siglos en que no se había instaurado aún la democracia en este planeta.

Hay dictadores, hoy día, pero son sujetos que se las han apañado para derribar la estructura de la democracia liberal, así sea que hayan llegado a ocupar la máxima magistratura gracias a los procesos electorales dispuestos, precisamente, en las normas democráticas (a la vuelta de la esquina, aquí en nuestro subcontinente, tenemos a un par de autócratas, don Maduro y don Ortega) o que haya tenido lugar, vaya paradoja, una “revolución” como la que sacralizó a la casta gobernante en la sufrida isla de Cuba.

El asunto, más allá de la excepcionalidad de las dictaduras en el mundo moderno, es que pareciera estar surgiendo un orden global en el que la decencia y probidad de los mandatarios no son ya características inherentes a su función sino que ha sonado, por el contrario, la hora en que los más zafios, groseros, impresentables e indecorosos son los que se ganan los favores del pueblo.

Ahí está Donald Trump, para mayores señas, que YA FUE presidente de la nación más poderosa del orbe y que, cosa absolutamente asombrosa —aparte de aterradora—, pudiere volver a ocupar la Casa Blanca.

Creíamos vivir en la era de la razón y el progreso. No. Esto se está convirtiendo en una pesadilla. 

  • Román Revueltas Retes
  • revueltas@mac.com
  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
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