A lo largo de la historia de la medicina, el foco principal ha sido tratar enfermedades y aliviar síntomas. Sin embargo, un creciente número de voces, particularmente entre las nuevas generaciones de profesionales de la salud, aboga por un cambio de paradigma que coloque la promoción y la prevención en el centro de los esfuerzos sanitarios. Este enfoque, a menudo descrito como “mover la atención río arriba”, incluye no solo el tratamiento oportuno de condiciones agudas, sino la implementación de estrategias que favorezcan un mejor estado de salud desde la juventud hasta la vejez. En México, donde los recursos suelen concentrarse en hospitales de grandes ciudades y la prioridad histórica ha sido la atención de enfermedades, esta transición representa un verdadero desafío. Pero también abre la puerta a la adopción de soluciones innovadoras y a la oportunidad de replantear el uso de los fondos públicos y privados.
La meta de prolongar la vida sin enfermedades, conocida como healthspan, cada vez encuentra más adeptos. En lugar de sumar años con dolencias crónicas o con discapacidades, la gente anhela mantener su vitalidad por el mayor tiempo posible. Bajo esta visión, las metodologías de atención se enfocan en el acompañamiento continuo de los pacientes, dando importancia a la educación sanitaria, la vigilancia de signos precoces y la corrección de hábitos inadecuados. La tendencia se refleja también en la creciente oferta de startups y empresas de biotecnología que centran sus esfuerzos en epigenética, regeneración celular y hasta el uso de compuestos para ralentizar el envejecimiento. Si bien esta industria tiene potencial para revolucionar la forma en que envejecemos, todavía enfrenta barreras de tipo regulatorio, ético y financiero, sobre todo en regiones con recursos limitados o marcos legales poco claros.
El concepto de healthspan va de la mano con la redefinición de la longevidad.
En México, la adopción de este paradigma implica una transformación no solo en la práctica clínica, sino también en la forma en que se organizan y financian los sistemas de salud. Por un lado, se requieren políticas públicas que incentiven la formación de profesionales especializados en prevención y la implementación de programas de educación sanitaria a gran escala. Por otro lado, es necesario que las instituciones, tanto públicas como privadas, comprendan la relevancia de invertir en estrategias que detecten el riesgo antes de que aparezcan los síntomas.