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La saña redentora

Ciudad de México /
Kristi Noem, secretaria de Seguridad de EU, visitólas cárceles de El Salvador. AFP
Kristi Noem, secretaria de Seguridad de EU, visitólas cárceles de El Salvador. AFP

Entran todos en fila con el torso inclinado, la cabeza gacha, encadenados de los pies y las manos, en medio de una valla de policías que los hacen correr a trompicones hacia las puertas de un gran galerón. Su destino final —esto último literalmente— es una entre las 256 jaulas gigantescas, eufemísticamente llamadas “celdas”, cada una de las cuales alberga —sepulta, en realidad— a poco más de 150 presos que muy probablemente no volverán a ver la luz del día.

Sin derecho a llamadas, ni visitas, ni comunicación alguna con el exterior, quien va a dar tras las rejas del siniestro CECOT (Centro de Confinamiento del Terrorismo, orgullo redundante del mandatario salvadoreño Nayib Bukele) puede considerarse muerto en vida. A excepción de los dos ejemplares de la biblia que hay en el interior de cada jaula, se prohíben los libros y cualquier otro impreso. Tampoco hay radio, ni televisión, ni más actividad que ver reptar las horas, ahí donde cada reo disfruta de un espacio de poco más de medio metro cuadrado.

Mañana, tarde y noche la comida es la misma. Arroz, frijoles y un par de tortillas, servidos fríos sobre un plato de unicel. No hay cubiertos, para eso sirven las tortillas. Y en cuanto a recreación, esta consiste en media hora diaria de salir a formarse, pocos metros más allá de la jaula, para hacer sentadillas simultáneas, entre otros ejercicios estrictamente estáticos, y repetir a coro con los carceleros fragmentos de la biblia o plegarias mecánicas. Una granja de pollos admite más individualidades.

Funcionarios, custodios y el mismo presidente de El Salvador repiten, como un mantra, que los allí encerrados —hasta 40 mil, según se ufanan— son “lo peor de lo peor”, y si alguien les pregunta cuándo van a salir, su respuesta es la misma: nunca. Miles de ellos han sido juzgados y condenados de forma colectiva y generalizada, en la certeza fija de que son homicidas reincidentes —“asesinos seriales”, se les llama, con inexactitud, ligereza y sevicia— y no merecen más que sobrevivir bajo las infames condiciones de la ganadería industrial.

No es de extrañar que quien se desempeña como gatillero sea capaz de llevar a cabo atrocidades inimaginables, ni que sepa albergar odios tan numerosos como letales. Es seguro que nunca pagará lo suficiente para quedar a mano con la sociedad, entre otras cosas porque no se espera que la gente de bien le aplique un tratamiento equivalente. El bálsamo esencial de quienes asistimos al espectáculo de la barbarie cotidiana es sabernos distintos a los monstruos, y esperar que lo sea también la policía.

Un régimen que invita a sus adeptos a ejercitar el odio y la revancha y tiene por justicia a la crueldad sin límites —valga decir, un gobierno fanático y ávido de poder— apenas se distingue de aquellos a quienes cada día persigue y encarcela, y eso si acaso por el uniforme. Aceptar que el gobierno rebase las fronteras de la humanidad para colmar hoy mismo nuestra sed de venganza es darle carta abierta para que después se ensañe con quien sea que le estorbe. Nadie quiere que abracen a los criminales, pero tampoco que compitan con ellos. Por alto y respetado que sea un funcionario, nadie le paga por ser hijo de puta.

El odio de las masas es, como ellas, imbécil, a la vez que perverso como quienes lo azuzan. Una cosa es sacar a los chacales de circulación y otra muy diferente darles tormento en nombre de todos. Es probable que nunca se arrepientan, y menos todavía se reformen, pero ello no faculta a Estado alguno para actuar con sadismo y truculencia, y todavía jactarse frente al mundo. No creo necesario traer a cuento los regímenes que a lo largo de la historia se han distinguido por su inhumanidad, baste decir que todos han provocado más y peores horrores de los que según ellos resolvieron. Como es el caso abyecto de quienes sin deberla ni temerla despertaron un día en el CECOT. 


  • Xavier Velasco
  • Narrador, cronista, ensayista y guionista. Realizó estudios de Literatura y de Ciencias Políticas, en la Universidad Iberoamericana. Premio Alfaguara de Novela 2003 por Diablo guardián. / Escribe todos los sábados su columna Pronóstico del Clímax.
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