El arte del engaño —dice Álvaro Ruiz Abreu— es una investigación sobre la Época de Oro del cine mexicano, que sitúa entre 1940 y 1960; es también una novela autobiográfica y una serie de testimonios acerca de las películas de ese tiempo y las emociones que suscitaron en amigas como Margo Glantz y Mónica Lavín y amigos como Ernesto Alcocer y Alberto Ruy Sánchez, cuyos nombres fueron borrados en el libro, conservando sus palabras.
El arte del engaño (UJAT, 2023) es, sobre todo, un viaje a través de la memoria. Alentado por un amigo psicoanalista, el narrador, llamado Arturo, escribe sus recuerdos y de esta manera recupera su infancia en un puerto de tabasco llamado El Porvenir, donde su padre y su tío Luis Antonio, con personalidades tan opuestas que los llevaban a frecuentes y ásperas disputas, fundaron el primer cine, el Cine Victoria a finales de los años cincuenta.
- Te recomendamos ‘Adú’: el mundo es una jungla Laberinto
El Porvenir era un lugar, cálido y fértil, de solo dos calles sin nombre, “paralelas a la laguna y al mar”, con una población aproximada de ciento veinte familias. Como el pueblo, el Cine Victoria fue cambiando, renovándose hasta convertirse en “el único centro donde se daba cita una sociedad rudimentaria, que a cambio de su larga espera recibió la cultura del cine, para bien o para mal”. De sus inicios con un proyector de 16 mm y una sábana como pantalla, terminó siendo, gracias a los empeños de Luis Antonio, “una especie de templo de la modernidad que había aterrizado en el puerto”.
El Porvenir era un lugar aislado, lejano, para llegar a la Ciudad de México los viajeros tardaban 23 horas, con varias escalas. El cine sacó a sus habitantes del aislamiento, les mostró otros lugares, les enseñó el arte del engaño con historias tan truculentas como Tizoc, con Pedro Infante y María Félix; y con películas como Salón México les advirtió de los peligros en una ciudad llena de contrates y tentaciones como la capital del país, a la que el narrador llegó en la adolescencia a estudiar la secundaria. “Cuando dejé la costa también abandoné el sueño profundo —escribe—, esa señal impenetrable que es la infancia, y empezaba a gustarme la risa de mis compañeras y la blusa de algodón que traslucía sus púberes senos”.
Poco antes de la salida de Arturo, se atravesó el fatídico 1957, con sucesos que conmocionaron al pueblo. El 15 de abril se estrelló en las inmediaciones de Mérida la avioneta en que viajaba Pedro Infante. Al conocerse la noticia, una vecina exclamó: “¡Virgen del Carmen, devuélvenos a Pedro!” Y otra: “No tengo empacho en decir que lo quería como a un hermano, como a un amante que se ha ido de viaje, que un día regresará”. Y uno de los vecinos: “Es la peor calamidad que hemos recibido después de la guerra, la mundial y la de Corea”.
El 28 de julio el sismo que sacudió la Ciudad de México, derrumbando el Ángel de la Independencia, también sacudió emocionalmente a El Porvenir, como lo hizo el 6 de noviembre la derrota del ídolo Raúl Ratón Macías frente a Alphonse Halimi en Los Ángeles. El narrador recuerda: “Si la muerte de Pedro Infante había sido una tragedia, mi padre consideró que la derrota de Raúl Ratón Macías era otra y de la misma intensidad, y es que el 57 parecía un año jodido”.
La historia del Cine Victoria terminó en 1991, cuando el mercado “fue invadido por las videocaseteras que sustituyeron de un día para otro su leyenda”. El padre de Arturo ya había muerto y su tío “no dejó de pensar en el fin de un negocio que era también el fin de una época”. El cine —escribe el narrador— le había quemado el alma”.
El arte del engaño es una novela que se mete en el corazón de quienes hemos visto y disfrutado el cine mexicano de la Época de Oro, que lloramos o reímos con sus escenas en impecable blanco y negro, que seguimos cautivados por la gracia delirante de Tin Tan y la belleza rotunda de Silvia Pinal en El rey del barrio, por la genialidad de Cantinflas en Ahí está el detalle o el esperpéntico drama de Crimen y castigo, la versión de Roberto Gavaldón del clásico de Dostoievski.
Es un libro en el que se mezclan géneros, en la que las fotografías avivan los recuerdos y la música —en especial los boleros y los sones— son el acompañamiento perfecto para una historia que para muchos es parte de nuestra propia historia, porque finalmente todos llevamos un Cine Victoria en el alma, como ese Cine Florida, en Peña y Peña número 12, con seis mil 500 butacas, en Tepito, donde las películas alentaban sueños y deseos de aquellos niños y adolescentes de barrio de los años sesenta que encontramos en el arte del engaño el mejor de los mundos posibles. Un mundo que, en muchos sentidos, nos devuelve Álvaro Ruiz Abreu en su nuevo libro.
AQ