Hace ya algunos años que se acuñó el término hoyo financiero, un eufemismo elegante para referirnos al boquete económico que ciertos gobiernos dejan al borde del colapso. ¿A qué se debe? Malas decisiones, despilfarro, mala fe, o abierta corrupción, el combo completo.
Pero lo sabemos de sobra. El problema no es que los hoyos existan; es que, hasta ahora, nadie se ha atrevido realmente a ponerle un alto a quienes los cavan. Se exhiben, se denuncian, hay linchamiento mediático… pero castigo real, de ese que sienta precedentes, escasea.
Veamos dos ejemplos que muestran cómo la impunidad se vuelve la norma y no la excepción.
Primero, Miguel Barbosa. Se le atribuye un hoyo financiero por dos inversiones fallidas de recursos públicos. La primera: 606 millones de pesos que fueron a parar al Banco Accendo, una institución financiera que cerró poco tiempo después, llevándose los recursos a la tumba. Invertir en un banco con problemas conocidos fue, por decir lo menos, una apuesta imprudente. Ni un peso recuperado.
La segunda jugada de alto riesgo: una inversión de 6,800 millones de pesos en Fóndika, bajo el argumento de apoyar a pensionados del ISSSTEP. Un esquema de ahorro que ahora tiene a las autoridades investigando si fue irregularidad o simple ineptitud. Ya veremos.
El segundo caso no es menos alarmante. En el municipio de Puebla, Eduardo Rivera y Adán Domínguez habrían dejado un hoyo financiero por un déficit de 600 millones de pesos. ¿Las razones? Pagos pendientes en obra pública y más.
Y así, hay decenas de ejemplos en todos los rincones del país, en gobiernos de todos los colores. Se llenan los titulares, hay promesas de justicia… y luego, nada. ¿El resultado? Un cheque en blanco para seguir cavando. La impunidad premia a quienes saben que solo necesitan resistir a la tormenta mediática antes de disfrutar de los frutos del pozo cavado.
¿Quién se atreverá a romper esta maldición? Porque, de momento, los hoyos siguen creciendo.
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Soy un villamelón declarado en los deportes, pero fui al partido que disputó el América contra el Pachuca y vi el estadio Cuauhtémoc repleto de poblanos y uno que otro chilango disfrutando de un buen partido de futbol. Hacia mucho que el coloso de Las Maravillas no recibía tanta afición. La conclusión que veo es muy sencilla: a Puebla le sobra afición pero le falta buen equipo.