A color, la Amazonia no luciría como la retrata Sebastiāo Salgado en blanco y negro. Es impactante la curaduría de Lélia Wanick: el formato de las fotografías, la música y la disposición documental desaparecen la sensación de estar en una exposición y cruzamos montañas y nubes, caminamos sobre el pasto verde, por las laderas, y sentimos la humedad alrededor del río y sus pantanos. Visitamos sus tribus y entendemos sus idiomas a pesar de la dificultad del lenguaje.
Es una idea universal del ser humano el contacto con la naturaleza, la caza, las formas de alimentarse y curarse con su medicina herbolaria. Observamos sus leyes de convivencia y quedamos anonadados por su sabiduría ancestral que ha llegado hasta nuestros tiempos. Duda uno de eso que llamamos civilización cuando visitamos la muestra en el Museo Nacional de Antropología e Historia. Magno desconcierto. Los que nacimos cerca de un río y manglares podemos identificarnos de inmediato. Los que vivimos en las ciudades ignoramos el valor ético del amor a la tierra, al agua, ese verde que brinda oxígeno.
Parece fácil convivir con bosques, o es una idea romántica que aprendimos de Robinson Crusoe de Defoe. El subcomandante Marcos dijo desde la selva chiapaneca que son de los indígenas de los que tenemos que aprender. Pero no hicimos caso y el conflicto está allí, como una llama primigenia viva, latente, punzante, lacerante, al parecer sin solución. Es tal la belleza étnica de las imágenes de Sebastião Salgado que uno duda que sea cierto lo que vemos. Pero sabemos que es cierto porque aún no terminan por desaparecerlos. Si sucediera, entonces se iría con ellos el gran pulmón del mundo.
Usos y costumbres inusuales de eso que los mestizos llamamos “primitivo”. La caja negra de la curadora —pareja del fotógrafo— concentra la mirada en todo y en nada. Casi es el infinito donde los ojos se pierden en cualquier detalle: un pie, una mano, un cuerpo entero que nos grita suavecito: cuídame porque soy tu pasado. Nadie debería perderse esta experiencia, mejor que el mito de la Malinche traída por los que conquistaron México, ahora a ritmo de flamenco. Amazônia es el verdadero encuentro con los que somos de este lado del planeta.