Han sucedido demasiadas cosas que no debían haber pasado. Han sido introducidas de manera irrevocable en el mundo de lo que existe, y no hemos podido evitarlo. Han ocurrido aquí en nuestro país. Conocíamos la violencia que se exhibe, porque está hecha para verla; nos habíamos acostumbrado a vivir con esas imágenes de la barbarie. Pero no conocíamos la violencia que se oculta.
La conocíamos mal. En su ensayo Zacatecas: la zona del silencio, extraordinario y tristísimo, publicado hace cerca de dos años en la revista Nexos, Claudio Lomnitz escribía de lo que llamaba un fenómeno doloroso: la existencia de campamentos de entrenamiento militar para sicarios de los grupos criminales. “Se habla de campamentos que tienen cientos de reclutas”, decía. “Se habla de las desapariciones como un método de reclutamiento”. Esos campamentos explicaban también, al parecer, el desplazamiento de las gentes que vivían en los alrededores. “Se dice que en muchos casos las familias de cada rancho optaron por huir porque el cártel había entrado a robarse a todos los jóvenes, presuntamente para reclutarlos para los campos de entrenamiento”. En esos campamentos había soldados, mexicanos y extranjeros, que entrenaban a los reclutas. Pero su existencia era fantasmal. “Para la mayor parte de los pobladores, y aun para los propios sicarios, no está claro exactamente dónde están estos campamentos, por lo que su presencia se esparce en el paisaje imaginario”. Habíamos leído descripciones como ésta, terrible, pero no conocíamos las imágenes. Este martes fueron difundidas las fotografías de más de mil 300 objetos hallados en el rancho de Teuchitlán: hileras de zapatos, mochilas, gorros, cobijas, también vestidos y ropa interior de mujer. El objetivo de las imágenes, se dijo, es ayudar a que las familias en busca de sus seres queridos puedan identificar posibles pertenencias. Hay más de 120 mil desaparecidos en México.
“El hecho de que nadie sepa adónde hay campamentos de adiestramiento”, prosigue Claudio Lomnitz, “va de la mano con el hecho de que esos campamentos existen. Pero para que la geografía de la evasión, del rumor y del silencio opere, los campamentos tienen que demostrarle al mundo que existen”. Lo demuestran con la exhibición de cuerpos mutilados, expuestos en lugares públicos, con mensajes insultantes colocados a su lado. “Terror de ser exhibido en cachos o de no ser encontrado nunca”, escribe Jesús Silva-Herzog Márquez. Los dos rostros de la violencia en México.
“No existe vida / que, aun por un instante, / no sea inmortal”, dice un verso de la gran poeta polaca Wislawa Szymborska. Nada del pasado está perdido irremediablemente, todo está almacenado en él, irrevocablemente. “Nada se ha perdido, aunque pertenezca al pasado, porque nosotros lo hemos abierto al ser, y haber sido es también una forma de ser, quizá la forma más segura de ser”, escribió Viktor Frankl, sobreviviente del campo de exterminio de Auschwitz. La muerte no se puede llevar lo ya vivido. Es cierto. Pero lo ya vivido también puede ser inadmisible. Y eso también es irrevocable. Este sentimiento no sacaba de golpeara todos. Ahí, en una parte de nuestro país, había triunfado el mal.