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Vaya lío

Jalisco /

La semana pasada dábamos cuenta de las notas que referían el tema de los hallazgos del “Izaguirre Ranch” en Teuchitlán, Jalisco, donde la cosa se ha puesto “color de hormiga” en el lapso de siete días que han transcurrido desde entonces. La disputa conceptual y fáctica (sobre los objetos encontrados y los hechos presumidos) está al rojo vivo y ha subido el nivel de enfrentamiento entre el gobierno y los militantes morenistas contra los opositores de cualquier color y sabor, llámense partidistas o periodistas; o simplemente en los llanos comentarios de la gente que opina desde su óptica ideológica y preferencias políticas, a saber: 

Que si era campo de exterminio o de entrenamiento. Que si la ropa, calzado y otros objetos localizados pertenecieron a personas desaparecidas y probablemente violentadas y asesinadas; o si mujeres y hombres fueron despojados de tales pertenencias para ser uniformados con nuevas prendas al convertirse por su gusto en trabajadores o sicarios –forzados inclusive– del cartel. ¡Vaya explicación!

Y alguien (el senador Fernández Noroña) se atrevió a decir que no sabemos si en realidad pertenecieron o no a desaparecidos. [A lo mejor decidieron dejarlos por el simple y mero gusto de cambiarlas por prendas más “cool”, diría yo]

Que si las osamentas encontradas fueron llevadas allí exprofeso para dar el “show”, o se encontraban ya cuando llegaron las personas miembros de los colectivos que buscan a sus desaparecidos.

Que si las madres o personas buscadoras de la sociedad civil actuaron o no con dolo y un interés “inexplicable y obscuro” al darle máxima publicidad en redes y medios de comunicación a estos hallazgos. Que si dicha exposición pública “persigue algún fin claro en contra del gobierno” [¿de cuál? municipal, estatal o federal, o inclusive de los tres] y con ello existe un “mayúsculo sesgo que pretende descarrilar” al gobierno de Claudia Sheinbaum, dado a que “ha surgido un nuevo Ayotzinapa”.

Que si el predio era todavía ejidal –como lo fue en sus orígenes– o sí ya pertenece a alguien en específico; pero sin decirnos exactamente a quien. No hay nombre(s) del dueño o poseedor a la vista. Nadie sabe, nadie supo.

Que si en septiembre del 2024, cuando la Guardia Nacional aseguró el predio, debió investigar –como era su obligación– la Fiscalía General de la República o la del Estado de Jalisco. Y ahí el agarrón entre partidarios de uno y otro lado es mayúsculo. Pero yo digo que ambas dependencias, en la competencia especifica de sus atribuciones, debieron hacer lo que les correspondía, en tiempo y forma. No fue así. Y se la pasan echándose la bolita una a la otra. Aquí lleva la peor parte la fiscalía estatal de Jalisco que por obvias y claras razones no tiene para donde hacerse. El Fiscal General de la República ya presentó su “informe” en donde queda “claro” que el gobierno de Jalisco fue omiso y negligente en las investigaciones que le correspondían.

Pero la cereza en el pastel, el colmo, ha sido lo que pasó el jueves 20 de marzo, en que el señor Alejandro Gertz Manero, fiscal de la República, dice que “convocó” a un encuentro en dicho lugar con las personas integrantes de los colectivos y de los medios de comunicación. Los resultados son una delicia: el alto funcionario federal nunca llegó, las víctimas fueron citadas afuera de la delegación de la FGR en Jalisco y trasladadas en camiones al rancho, algunos dejados a la deriva en otro punto cuando solicitaron bajar para ir al baño. Primero no se les permitió el acceso al rancho, luego dicho acceso fue logrado por estos “rodeando” la seguridad, y por último quedaron desilusionados porque dicen que lo que vieron fue un lugar “limpiado” convertido en “museo” y los bienes materiales retirados del sitio. Igualmente, diversas áreas del mismo sin poder ser comprobadas por ellos, al no permitírseles (ahora sí, bajo prohibición total) acceder a las mismas.

Y yo me pregunto ¿es esto realidad o ficción? Es una caricatura. Ya solo falta ver a la “Paca” (con todo respeto a la señora) para que nos diga: dónde exactamente están los restos humanos en el predio y si existieron o no hornos crematorios; a que se dedicaron en sus últimos días esas personas; si hicieron cosas buenas o malas, si fueron víctimas o victimarios. ¡Vaya pues, nada más es pedir!

Todo esto pasa en México. Y tristemente somos un país único e inigualable en el mundo. ¿Habrá otro en el que las cosas transcurran como aquí se narran? Ahora la narrativa se añadió al exceso. ¿Merecemos esto? Los habitantes de este país ya hemos normalizado la tragedia. Nos han habituado a ella, pero en realidad debemos darnos cuenta que tocamos fondo –¿o nos faltará ver y oír más? –. Con todas nuestras fuerzas nos toca luchar para cambiar todo esto. ¡No lo merecemos!

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