Decir lo de siempre: el teatro es creación colectiva. Para añadir que Poesía en Voz Alta fue, esencialmente, una cofradía de creadores que se sumaron a un proyecto que, desde 1956, con su primer programa hizo historia en la escena nacional, hasta 1963. Juan José Arreola fue el primero que impulsó el proyecto, junto con el secretario general de la UNAM, Efrén del Pozo, y Jaime García Terrés. Para la UNAM fue un fracaso económico, sí, pero un éxito artístico.
Ninguno de los citados era director de teatro. Se invitó a Héctor Mendoza, que a su vez llevó a Juan José Gurrola y Nancy Cárdenas. Mendoza prescindió de invitar a “estrellas” del teatro. Fueron estudiantes los primeros actores del hoy grupo emblemático. Tara Parra y Rosenda Monteros fueron las actrices elegidas, entre otros. Junto con ellas llegó el pintor Juan Soriano para las escenografías.
Arreola solo quería recitar poesía. Mendoza quería un movimiento teatral, y eso se logra con experimentación al margen del teatro comercial. Todo iba bien hasta que llegó Octavio Paz que incluyó en el grupo al movimiento poético surrealista. Paz llegó acompañado de la pintora Leonora Carrington. A Paz le parecía “académico” y “aburrido” recitar poesía. Mendoza lo apoyó. “¡Qué es el teatro si no la encarnación de las palabras en nuestros cuerpos!” Obvio, Mendoza, de acuerdo.
Lo que siguió ya se sabe y si no lean el libro de Roni Unger, Poesía en Voz Alta, que desgrana los éxitos y fracasos del grupo, el más grande en la historia del siglo XX para el teatro nacional. Ya sin Mendoza, Arreola y Paz, Poesía en Voz Alta trascendió como grupo hasta 1963. Pero lo que todo mundo recuerda son los dos primeros programas donde Arreola, Mendoza y Paz —con esa idea de creación colectiva— lograron que el teatro encontrara nuevos derroteros.
Posdata: despedirse de esta columna con creadores como Mendoza y Paz —maestros de vida— es un regalo. Gracias a los amigos de Laberinto que me cobijaron para ejercer el oficio de crítico teatral. A otra cosa, mariposa…