Los economistas del poderoso Fondo Monetario Internacional (FMI) solían bromear al decir que el acrónimo de la institución en realidad es “Más que nada es Fiscal” (It’s Mostly Fiscal, el acrónimo en inglés es IMF). No debe sorprender, el FMI es tristemente célebre por preocuparse por los planes presupuestarios, las políticas fiscales, las estrategias de crecimiento y los flujos de capitales de los países.
- Te recomendamos Documentan migración de tiburón ballena de Galápagos a Costa Rica por primera vez Medioambiente
Sin embargo, la semana pasada la directora general del FMI, Kristalina Georgieva, discutió cómo algunos de sus empleados ahora tienen un pasatiempo poco probable: la observación de ballenas.
“Tenemos economistas que estudian ballenas”, dijo en el panel que organizó el Instituto Paulson, una fundación que creó Henry Paulson, ex secretario del Tesoro de EU y luminaria de Goldman Sachs, que a menudo defiende las causas ambientales.
Uno de estos economistas es Ralph Chami, un funcionario del FMI que estudió cómo las ballenas secuestran el CO2, eliminándolo de la atmósfera, como parte de un análisis del fondo sobre el valor del capital natural, el inventario de recursos naturales del mundo. (Las ballenas aparentemente secuestran 33 toneladas de CO2 a lo largo de su vida).
¿Esto importa? Algunos economistas de la corriente principal pueden murmurar sobre la expansión del proyecto más allá de sus objetivos originales. Pero vale la pena señalar la iniciativa. Revela un cambio sutil pero sorprendente en el debate ecológico global que ahora está en marcha y que será un tema importante en la asamblea general anual de la ONU de esta semana.
- Te recomendamos Mueren 380 ballenas varadas en una bahía de Tasmania Fauna
En los últimos años, el mundo despertó con fuerza ante el problema de las emisiones de carbono, en parte gracias a activistas como Greta Thunberg, que inspiran a una generación a luchar contra los combustibles fósiles. Pero ahora Paulson y Georgieva son parte de los esfuerzos para expandir el enfoque de este activismo desde un debate limitado sobre las emisiones hacia uno más amplio sobre la biodiversidad y el capital natural.
Aparte del imperativo moral y espiritual detrás de la campaña para proteger la naturaleza, personas como Paulson argumentan que hay dos puntos adicionales: destruir la naturaleza no solo daña la economía, además hace más difícil la lucha contra las emisiones que ahora tratamos de reducir. Por el otro lado, proteger la naturaleza hace que el planeta sea más resistente a las perturbaciones ambientales y cambios negativos.
Con ese mensaje en mente, el Instituto Paulson y el FMI luchan por poner algunas cifras tangibles en torno a la contribución del capital natural. Un informe de Nature Conservancy y otros de la semana pasada sugieren que entre 30 y 50 por ciento de las especies del planeta desaparecerán a mediados de siglo si no se toman medidas, y que la factura para evitar esto sería de 600 mil a 820 mil millones de dólares al año.
También señala que el Foro Económico Mundial estimó que 44 billones de dólares —aproximadamente la mitad— del producto interno bruto mundial depende del capital natural, mientras que el valor de los bosques solo en términos de captura de carbono puede ser de 100 billones de dólares.
- Te recomendamos Por coronavirus, no habrá avistamiento de ballenas por primera vez en Argentina Fauna
Ahora bien, algunos observadores podrían argumentar que colocar signos de dólares a la naturaleza es ridículo, por no mencionar inmoral, ya que implica que las únicas cosas que importan son las que tienen un precio. En cualquier caso, estos números implican tantas conjeturas que pueden parecer fantásticos.
Sin embargo, Paulson insiste en que es necesario hacer cálculos numéricos: “El problema es que la gente asume que el capital natural es un bien gratuito, y si no se le pone un valor, le darán una valoración de cero”.
Lo realmente interesante es que este nuevo empuje para cuantificar el problema refleja otro imperativo: el tema de la biodiversidad aún puede convertirse en una herramienta para forjar un mínimo consenso sobre lo “verde”.
Si bien la cuestión del cambio climático y las emisiones de carbono suele ser políticamente polarizador, sobre todo en países como EU, hablar de biodiversidad es menos polémico. Algunos republicanos, por ejemplo, encuentran más fácil adoptar políticas etiquetadas como “protección ambiental” que como “cambio climático”.
- Te recomendamos China afirma que alcanzará en 2060 la neutralidad en emisión de carbono Internacional
Lo mismo ocurre en el escenario internacional. Las discusiones sobre el cambio climático a menudo desatan un juego de culpas entre países como Estados Unidos y China, al plantear preguntas sobre quién es responsable de las emisiones —los que anteriormente contaminaban mucho o las naciones que se están desarrollando activamente— y, por lo tanto, quién debería frenarlas de manera más agresiva. El presidente de EU, Donald Trump, y el de China, Xi Jinping, intercambiaron críticas sobre esto en la ONU esta semana.
Sin embargo, los debates sobre la biodiversidad suelen centrarse más en la mitigación y la resiliencia. Esto todavía puede provocar peleas (como se vio durante las recientes batallas entre el presidente brasileño Jair Bolsonaro y los activistas ambientales en torno a la destrucción de la selva tropical en la Amazonia), pero en general tienden a ser menos duras.
“Podemos discutir sobre las causas del cambio climático… pero no sobre lo que está sucediendo ahora”, dice Paulson. “Así que encontrarán personas que se unen y dicen: ‘¿Qué debemos hacer para protegernos contra las perturbaciones climáticas como tormentas e incendios forestales?’”.
Por supuesto, las esperanzas pueden llegar a ser ingenuas, al tener en cuenta que la pandemia del Covid-19 distrae a los responsables de la formulación de políticas y reduce el nivel de recursos financieros disponibles para proteger la naturaleza o cualquier otra cosa. Pero, la pandemia también demostró claramente el costo de ignorar la ciencia y nuestra conexión global; de hecho, los defensores de la biodiversidad argumentan que la propagación de enfermedades zoonóticas —las que saltan de los animales a los humanos— es en parte resultado de nuestra falta de respeto por el capital natural.
- Te recomendamos Población rica emite el doble de emisiones contaminante que la mitad más pobre Negocios
De cualquier manera, vale la pena recordar al menos a las ballenas, ellas muestran cómo las ortodoxias pueden cambiar, incluso en la economía.
LAS CLAVES
ACUERDO
Las redes sociales Facebook, YouTube y Twitter acordaron con los grandes anunciantes restringir el contenido perjudicial en sus páginas web, informó Reuters.
BOICOT
El acuerdo de las redes se hace tras los boicots a diversas redes sociales a las que los avisadores habían acusado de tolerar los discursos de odio.
ANUNCIANTES
Los anunciantes decidieron que adoptarán definiciones comunes para las distintas formas de contenidos dañinos como los discursos de odio y el acoso.
REDES
En tanto las las redes sociales adoptarán una serie de normas armonizadas para la presentación de informes.