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El abrazo de Rosa Icela

Ciudad de México /

No solo consiste en construir un puente, sino también en cruzarlo. Caminar sobre lo que uno dice que está bien hecho, atravesarlo y sentir en carne propia lo que significa vivir del otro lado. Esta es la definición más gráfica que encuentro de empatía. El pegamento fundacional de la vida en sociedad. Base para entender al otro. Raíz de la comunicación efectiva. Materia esencial de la vida en colectivo y, por lo mismo, la única forma de sobrevivir en el mundo: cruzar un puente hacia el otro. ¿Entendía algo de esto nuestra actual secretaria de Gobernación?

Rosa Icela Rodríguez fue la secretaria de Seguridad del sexenio pasado y hoy, como titular de Gobernación de la nueva administración, preside las mesas de diálogo con familiares de gente desaparecida promovidas por la Presidenta después de los terribles hallazgos en Teuchitlán y en respuesta a las demandas de los colectivos de búsqueda.

Justo aquí es donde aparece Gustavo Hernández. Un hombre grande, fuerte, recio, con una cartulina colgada al cuello con la foto y nombre de su hijo desaparecido hace un año. Los datos le caen a la altura del pecho y uno siente que si no tuviera esa foto de su hijo justo ahí, él mismo estaría absolutamente perdido. La secretaria de Gobernación está frente a él, a Gustavo se le desborda su propio ser. Las lágrimas le inundan la mirada y la garganta. El cuerpo le tiembla al ritmo de las palabras entrecortadas que pronuncia y los sorbos de lágrimas que está tragando. “Licenciada Icela… yo sé… que usted y la Presidenta… nos van a ayudar”. Su voz no puede más, está ahogada, apenas se escucha y ahora las facciones de su rostro se tuercen de dolor y pena. ¡Ay, Gustavo!, un hombre tan grandote y ahora pareces pequeño frente a tu propio desconsuelo. Dan ganas de abrazarte. La secretaria lo mira fijo desde atrás de sus estrictos lentes de pasta negra. ¿En qué piensa la secretaria? ¿En el sexenio pasado cuando se duplicó el número de desaparecidos?  60 mil —entre ellos el hijo de Gustavo—, sumados a una cuenta de horror y vergüenza única en el mundo para hoy tener 127 mil desaparecidos.

“Un huesito…”, dice Gustavo entre lágrimas, juntando el índice y el pulgar para mostrar el pequeñísimo tamaño del hueso de su hijo con el que se conformaría de recibir. Quién iba a pensar que el horror y la brutalidad se podía expresar en diminutivo: “un huesito”. ¿Por qué nadie te abraza Gustavo? ¿En qué está pensando la secretaria? ¿En el ex presidente que se negó a recibir a madres buscadoras, porque aseguró que hacerlo lastimaría su investidura? ¿En el señalamiento de la ONU sobre la situación de desaparecidos en México? ¿En lo ofendido que se dijo el presidente del Senado por haber recibido esa nota de preocupación? ¿En esa misma indignación de la presidenta de Morena? Todos pensando en ellos mismos y no en el que tienen enfrente.

“Un huesito… para darle… cristiana sepultura”. Y es entonces que Rosa Icela no puede más y lo abraza. Y Gustavo responde al abrazo que tanto le urgía. Sus brazos se cruzan por sus espaldas y por el puente.

Y es en ese abrazo sentido que da la secretaria a Gustavo, ese abrazo que no le pude dar yo ni todos los que escuchamos a Gustavo, que pienso que sobreviviremos y que este gobierno, que por fin se conduele, puede tener futuro.


  • Ana María Olabuenaga
  • Maestra en Comunicación con Mención Honorífica por la Universidad Iberoamericana y cuenta con estudios en Letras e Historia Política de México por el ITAM. Autora del libro “Linchamientos Digitales”. Actualmente cursa el Doctorado en la Universidad Iberoamericana con un seguimiento a su investigación de Maestría. / Escribe todos los lunes su columna Bala de terciopelo
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